lunes, 11 de marzo de 2013

El banquete de los solitarios

-Capítulo 3-


Unos segundos más tarde, sólo mencionó -he estado algo enfermo...-
Eso fue suficiente para su amigo, el cual lo llevó a la barra, mientras le seguía contando sus "aventuras".
Esteban, se perdió de nuevo en sus pensamientos:
-¿Cómo no llegué antes?, ¡no quería hacerlo!, ¡las circunstancias me orillaron!, ¡el plan era otro, era otro!!-
Pasaron unos minutos, pero debido a su pesar, le parecieron horas, horas de interminable remordimiento.
Se sentía fuera de sí, sentía que su espíritu se desprendió de su cuerpo, no estaba consciente de quien entraba y salía del lugar, mucho menos de que hablaban. 
Se equivocó, el alcohol no lo ayudó en lo absoluto, llevaba dos copas tomadas a pecho. 
Se le formó un nudo en la garganta, como una pequeña bola de alambre que le dificultaba la respiración. 
Deseaba salir de ahí lo más pronto, sacó el dinero, lo colocó en la barra, y sin pronunciar despedida, se dirigió a la entrada.
Cuando puso un pie fuera de la cantina...todo se detuvo en un sonido fuerte y certero. Un disparo.

El extraño, apunto directo a la frente del muchacho, accionó el arma, y cumplió su objetivo. 
-Un hombre, alto, delgado y con el rostro cubierto por un pañuelo-, era todo lo que los testigos podían indicar al alguacil. su vestimenta no importaba. Fue todo tan rápido, nadie notó en que momento el sujeto desapareció de la escena del crimen. Todos estaban horrorizado y extrañados. 

Ese suceso inesperado sacudió las vidas tranquilas de los habitantes del pueblo, si bien no era el primer muerto por ajuste de cuentas, sí era el primero sin razón aparente. Ese día la tierra se salpicó de rojo carmín.

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