domingo, 3 de marzo de 2013

El banquete de los solitarios

-Capítulo 2-


El pueblo de San Caspiano, era un buen lugar para vivir. De clima extremoso, pero disfrutable, y lo más importante, con tierra fértil en los alrededores. No contaba con más de una centena de habitantes, se caracterizaba por su tranquilidad, y potencial de desarrollo. Nunca pasaba nada fuera de lo común, cada quien se dedicaba a lo suyo. Su población se integraba por personas trabajadoras, decentes, y de cierta manera ingenuas, en su mayoría. Unos cuantos, bien ubicados por todos, eran borrachines o timadores de poca monta, nunca hacían demasiado problema.

La imagen de San Caspiano era el de una postal pintoresca  pequeñas casas de adobe coloridas, una tras otra, formando una paleta de colores vivos pero tenues. Las pequeñas macetas de barro se dejaban ver desde los balcones, así como las jardineras llenas de flores características de la llegada de la primavera.

Esteban se sentía muy preocupado. Pero sabía que el esconder el arma, le daría tiempo suficiente para pensar en un plan. Tenía que tomar aire fresco con urgencia, sentía un ambiente denso entre esas cuatro paredes, casi podía ver como se iba haciendo más pequeña el área del comedor, como disminuía el espacio más y más, era uno de sus episodio de claustrofobia, esos que sufría desde muy pequeño. 
No podía continuar así. Salió a dar un breve paseo por el pueblo, pensó que quizá una parada en la cantina de Don Mayelo, y el tomar un trago lo tranquilizaría.

Camino sin cesar. Al llegar a la cantina y empujar las delgadas puertecillas de madera con fuerza, casi tumba a Leonidas, su viejo amigo de la infancia. 
-¡Esteban, hermano! hace días que no te veo, desde la fiesta en casa de Los Montero ¿Dónde habías estado, eh?-

Esteban abrió su boca, pero de esta no se emitió ningún sonido.





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